En la antigua Roma, una sacerdotisa consagrada a la diosa del hogar Vesta, recibía el nombre de Vestal. Eran sacerdotisas públicas y, en tanto que tales, constituían una excepción en el mundo sacerdotal romano, que estaba casi por entero compuesto de hombres.
Las seis vestales debían ser vírgenes, de padre y madre reconocidos, y de gran hermosura. Eran seleccionadas a la edad de seis a diez años. Una de sus mayores responsablidades era mantener encendido el fuego sagrado del templo de Vesta, situado en el Foro romano. Estaban tocadas con un velo en la cabeza y portaban una lámpara encendida entre las manos.
Cuando una candidata a vestal era seleccionada, era separada de su familia, conducida al templo donde le eran cortados los cabellos, y donde era suspendida de un árbol, a fin de dejar claro que ya no dependía de su familia.
El servicio como vestal duraba treinta años, diez de los cuales estaban dedicados al aprendizaje, diez al servicio propiamente dicho y diez a la instrucción. Transcurridos estos años podían casarse si querían, aunque casi siempre lo que ocurría es que las vestales retiradas decidían permanecer célibes en el templo.
Su ocupación fundamental era guardar el fuego sagrado. Si éste llegaba a extinguirse, entonces se reunía el Senado, se buscaban las causas, se remediaban, se expiaba el templo y se volvía a encender el fuego. El fuego era encendido usando la luz solar como fuente de ignición. La vestal que hubiera estado de guardia cuando el fuego se apagaba, era azotada